Por: Andrada Manole
Los seres humanos tenemos tendencia a clasificarnos y ponernos etiquetas para poder diferenciarnos en todos los aspectos posibles. Al hacer arquitectura también establecemos con claridad estas diferencias e incluso teorizamos sobre ellas, empezando por el tipo de arquitectura más común: la vivienda.
Hablar sobre vivienda es controversial desde el principio. Cada grupo humano entiende por ello algo diferente: pertenecemos a culturas distintas, poseemos distintos medios de vida y status socio-económicos, entre otros. Esto hace que veamos el habitar dentro de un espacio de maneras dispares.
Esta segmentación abre un debate sobre cómo diseñar vivienda de manera universal. Está claro que todos los seres humanos tenemos las mismas necesidades básicas que deberían, idealmente, ser escritas y construidas de manera que a todos nos beneficien y podamos acceder a ellas por igual.
Vivienda Incremental
El grupo SIGUS, liderado por Reinhard Goethert, estudia la vivienda incremental. En su escrito Incremental Housing explica que se la debe entender como un proceso que comienza mediante un núcleo: puede ser un terreno con utilidades o un baño y una habitación, la cual crece y cambia mientras pasa el tiempo, únicamente condicionado por las posibilidades económicas de cada familia.
En su tesis doctoral La Casa Crecedera, Lucía Martín habla sobre la asequibilidad, que es un aspecto muy importante para hacer vivienda incremental. Este proceso y diseño dependen de los recursos que se tiene al momento de construir una vivienda. El sector informal es el que más ve esto como una realidad. En Quito, por ejemplo, 60% de las viviendas son construidas de manera informal y cada dueño se encarga de aumentarla y modificarla según sus capacidades y necesidades. Sin embargo, este fenómeno también pasa con la vivienda de clase alta -con mayor gasto- por lo que tanto ricos como pobres suelen ubicarse en las periferias y no en el centro de las urbes.
Por lo general, adquirir una vivienda es muestra de estabilidad económica y, en ciertos sectores sociales, de status. A muchas personas les resultaría impensable construir una parte de ella y ampliarla posteriormente, cuando mejore la situación económica o las necesidades se incrementan. Por esta razón, no se ha popularizado la vivienda incremental en nuestra sociedad: el proceso de transformación, para bien o para mal, no vende; lo que vende es la ilusión de «progreso».
De alguna manera, en Quito existen muchas comparaciones y muestras de rivalidad que dependen dónde crecimos o en qué barrio vivimos, a pesar de que de alguna manera toda nuestra arquitectura residencial es bastante similar. La academia por fin comienza a mirar fuera de los libros, hacia la calle. Finalmente empieza a proponer nuevas soluciones que ya las había estudiado hace algunos años, pero resultaron verdades incómodas que a la población no le gusta admitir. Francisco Ursúa, un hombre muy sabio, alguna vez dijo “Si algo bueno existe, ¡cópialo!” y los libros por fin han llegado a darle la razón.
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